jueves, 24 de marzo de 2011

Sol y... Luna


A veces sol, a veces luna, pero siempre deslumbrante.

En ocasiones un sol reconfortante, un incipiente rayo al alba que te saca de tu letargo, de tu hastío, al tiempo que renueva tu vitalidad y te colma con la fuerza y ganas para enfrentarte a un nuevo día en esta baldía Existencia. En otras, una melancólica, quebradiza y mística luna que te devuelve a tus ensoñaciones, a creer en lo imposible y ser capaz de acariciarlo, y a revivir los días de gloria pasada en los que eras el héroe de la película. Pero sea como fuere, siempre deslumbrante, desconcertante, siempre un jarro de agua fría, sacando de la rutina tus conexiones neuronales, olvidando lo perenne y haciéndote recordar lo volátil, y dándote la capacidad de moldear el éter al antojo de los caprichos.

A veces encarnas los peores temores de mi existencia, los miedos y arrepentimientos, si los hubiese realmente como tales. Se habló ayer de amor, y de temores y de confianza: Tememos equivocarnos, y tememos no hacer nada que nos induzca a error –hemos dejado de ser unos escépticos que no se conforman con ver y saber, que quieren fracasar para aprender–. Siempre, desde que recuerdo, he creído que lo único falso de la experiencia es su silencio, el único error la falta de errores, y la inacción el mayor pecado del que arrepentirse. A veces encaramos los miedos con el convencimiento de poder ganarlos, otras, sin embargo, nos sacuden cuando menos lo esperamos, cuando estamos con la guardia baja. Unas veces ganan ellos, otras los humillamos en el campo de batalla de nuestro interior de una manera tal que nunca vuelven a por una revancha. Y otras vienen encarnados en las personas que conocemos, que nos hacen enfrentarnos a ellos con miradas, palabras, situaciones y un sin fin de intercambios de información involuntarios. Y es una batalla que pocas veces tiene un final verdadero. Hemos de salir a buscar la Mentira para encontrarnos con la Verdad, o lo que es lo mismo, hemos de buscar la génesis de nuestro malestar, la raíz de nuestro miedo, y para ello necesitamos una claridad que solo el tiempo y la perspectiva nos suelen poder dar. Pocas veces tenemos la oportunidad de abrirnos tan sincera y profundamente a alguien en quien realmente confiemos como para hacerlo partícipe de los temores.
Pero es precisamente la simple voluntad de encarar aquello que nos hace débiles y la intención de convertir esa flaqueza en oportunidad la que nos insta a salir de las sábanas cada vez que abrimos los ojos otra vez. Ese anhelo de crear y de confiar.

A veces eres capaz de inyectarme ese anhelo, de darme esa energía para levantar grandes obras de cualquier solar, y de convertir un día de calor asfixiante en un día nublado en el que cualquier cosa podría salir del cielo.

Otras ocasiones, en cambio, me transportas a un mundo irreal, un mundo ético donde el bien y el mal son mesurables en un espacio mental, un mundo en el que el relativismo moral no tiene ha de ser, la venganza y la justicia son relativas hasta que te quitas tu propia venda, y los sentimientos van mutando hasta que decidimos quedarnos con ellos en una forma concreta, hasta que nuevamente los desechamos y esperamos unos nuevos. Es en este mundo dónde nos creamos a nosotros mismos, libres de las ataduras del tiempo, de los miedos, y de las responsabilidades, y al igual que en el material, un fino halo, una frágil celosía separa, en ocasiones, los deseos personales de las empresas públicas generales de la Humanidad. El mundo de las ideas –y los propios sentimientos–, dónde insuflamos vida verdadera a los conceptos abstractos que rigen nuestro propio devenir, y que son valores absolutos, pues no necesitan una acción que justifique su existencia; ese mundo de los domingos en los que la tristeza te embarga y sin embargo eres capaz de plantearte una semana próxima llena de oportunidades para crecer, para llegar mas lejos en tu afán de ser mejor –persona, amigo, profesional, cada uno que busque su meta–. En este mundo, las mentiras no crean dolor, tan solo el vacío de una nueva oportunidad; un gesto cómplice es capaz de crear toda una novela del más puro amor filial –o carnal–; y el temor a nuestras propias acciones no es más que una proyección pasajera que vislumbrar brevemente y olvidar si no nos gusta.

Y a veces sueño con que eres partícipe de ese mundo que propicias y que gustas de pintarlo conmigo.

Pero soñar no basta para convertir a real los deseos, me temo. Como si de una arcana fórmula se tratase, necesitamos una pizca de confianza en uno mismo como base, un deseo bien grande que dé sabor y voluntad, mucha voluntad para que salga sabroso. Cuando todo esté listo, podremos dar un épico banquete a aquellos que hayan sido merecedores de nuestro agradecimiento. Ese es, realmente, el fin de un gran banquete, dar las gracias a los demás.

Me cuesta escribir sin caer en la oscura e insondable cadena de metáforas que haga mas llevadero volcar mi contenido hacia afuera, y más tras tanto tiempo en el que no pongo orden, ni en mis valores ni en mis ideas. Destruí tanto, tiempo ha, que a día de hoy aún sigo echando de menos ideas, conceptos, personas... y que dudo que pueda recuperarlos de la forma en que quiero, siquiera pudiera de alguna. Pero caer en el abismo de espesa negrura es escribir de dentro hacia afuera, con el simple propósito de mostrar la luz a la oscuridad; mi pretensión con estas lineas, en cambio, es la contraria, arrojar la luz al foso de tinieblas para darle forma, escribir desde la perspectiva externa hacia un enfoque intimista en el que dar forma visible a los conceptos que revolotean en derredor.
No pretendía crear uno de esos textos que han de releerse, uno de los que vanagloriarme de mis sombras, y tan solo deseo que cada palabra, cada idea, cada ápice de consciencia encuentre su valor, su razón para ser y su propósito. No tiene sentido, sin embargo, explicarlos todos.

Te crees sol, pero te veo luna. Gracias por deslumbrarme.
 

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